Iglesia del Monasterio de Montserrat

En la calle San Bernardo de Madrid, se alza la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, obra de la arquitectura barroca calificada como de “máximo interés” para nuestra ciudad.

 

En 1640 se produce una sublevación en el Monasterio catalán de Montserrat en el que los monjes locales expulsan a los religiosos castellanos del lugar. El rey Felipe IV fundó entonces un monasterio del mismo nombre en Madrid, para acogerlos. Durante la desamortización, a través del famoso decreto del “mínimo de 12 individuos profesos”, los monjes fueron expulsados y convirtieron el lugar en una prisión femenina denominada “La Casa Galera”. A principios del siglo XX se cedió a los monjes benedictinos del monasterio de Silos que crearon un priorato dependiente del monasterio burgalés. En 1936 se transformó el lugar en una sala de baile siendo 3 de los monjes que ocupaban el lugar encarcelados y los otros cuatro asesinados. Hoy sus restos descansan en una de las capillas de la iglesia. En la actualidad los monjes de Silos han vuelto al cariñosamente llamado “Montserratico” y se ha dedicado una parte del espacio a crear una residencia de mayores en colaboración con la sociedad de San Vicente Paúl y las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha.

Las obras de la Iglesia no comenzaron sin embargo hasta 1668 encargándose a Sebastián Herrera Barnuevo, que murió 3 años después. Tras detener las obras, el proyecto cayó en manos de un jovencísimo Pedro de Ribera. La fachada principal, compleja y elaborada obra del barroco madrileño, se inspiró en la Iglesia del Gesù en Roma. Se desconoce si el proyecto original incluía dos torres. Hoy, solo una flanquea la construcción. Su interior se divide en tres naves en las que podíamos encontrar obras como un crucifijo de madera, obra de Alonso Cano, o “La moneda del César” de Antonio Arias Fernández. En la actualidad son de interés la inmaculada anónima del XVIII, la talla de la Virgen de Montserrat de Pereira y la copia del Cristo de Burgos con los huevos de avestruz a sus pies, datada en el siglo XVIII. Las pinturas de la bóveda, de Pedro de Calabria, narran capítulos de la vida de San Benito.

 

Tras la muerte del rey Felipe IV, se estableció como costumbre entre los monjes hacer repicar las campanas encomendando el alma del rey, siempre a la hora en la que les llegó la triste noticia.